Madurar significa reconocer cuando uno es un pelotudo.
A veces uno está dispuesto a perder con tal de no retroceder un poco y ganar
mucho más. Es como estacionar. Si te
mandaste mal, tenes que salir y apuntar de nuevo. Hay dos cosas que nos ayudan a saber si realmente
meamos afuera del tarro: la experiencia y la intuición. Y una ayuda bastante a
la otra, cooperan entre si. Por eso creo que realmente
hay pocas cosas que nos sorprendan. Porque en el fondo las señales quedan
grabadas, desde el principio. Y si, por algo es, por algo sentís así y no de
otra manera. Pero como la seguridad se forja mediante los actos, se comprueba
mediante acciones, consecuencias, reacciones. La no reacción es también una
consecuencia. Bah, más bien una conclusión. Porque ahí se termina todo. Nos equivocamos, forma parte de lo que nos
hace ser como somos. Importante es proponerse reaccionar de una manera
diferente, para poder conocernos a nosotros mismos. En vez de callar, hablar.
En vez de dejar, confrontar. Dejar que la verdad de lo que somos cada uno de
nosotros hable. Empujamos un poco más,
empujamos al resto también un poco más. Salimos de la zona de confort y de
seguro por lo menos no habrá arrepentimientos, al contrario. No perdimos nada,
ganamos un poco más que ayer. Recordamos todos aquellos momentos en que dejamos
que alguien más decida por nosotros. Que alguien más nos defina y nos diga que
somos, de que estamos hechos. La rabia se transforma en nada. Los límites
comienzan a volverse más y más claros y, muchas veces, ya no hay dudas de que
esto o aquello, que la vida nos pone adelante una y otra vez es la lección que
todavía no aprendiste. No estás listo, no.
Sabemos lo que vale la pena o no. De seguro podrá distraerte, pero
difícilmente confundirte. La intuición y la experiencia te lo dicen. Cuando no está claro, es porque hay que
empujar.
Cuando tu energía es mal empleada se nota. Porque no
recibís nada. No sentís satisfacción, ni placer. No existe la reciprocidad. Las
cuentas no dan. Uno se encapricha con uno mismo. No quiere escucharse. Y perdes
el tiempo al pedo, con momentos tan inútiles como efímeros, solo por querer
llenar algunos lugares que siempre se pinchan, porque están para eso, filtro.
Solo filtro. Para valorar los que no. Los reales, los profundos, los que te
mueven los que se chocan y estallas y se
prenden fuego y gritas y todo se vuelve una tormenta de realidad. ¿Quién quiere
sonreír como un idiota todo el tiempo sin sentir que es un muñequito detrás de
una vidriera? Por más que no tenga importancia, al menos no tanta como quisiera,
si hay que empezar a cavar es lo mejor que puede pasar. Llegar hasta el punto
donde te pones a prueba y ves quién está y quién no. Quién se queda, quién se
va. A quién le importa y a quién no.
Quien te dice en tu cara que sos un imbécil y quien se la banca cuando vos se
lo decís. Quien es lo suficientemente
maduro para reconocer cuando es un pelotudo.