A veces hay que
mandar todo bien a la mierda.
A veces uno mismo
se manda a la mierda, en un intento por reaccionar. Como un mecanismo de
supervivencia casi.
Patear el tablero.
Descargarse
Romper o romperse
hasta estar seguro de que uno esta ahí.
Sí, estamos
solos.
Las decisiones
las tomamos solos. Que creemos o que no.
Si mejor seguimos
soportando o mandamos todo a la mierda.
Es placentero, no
se puede negar.
Cansarse de
sostener algo tan volátil como es la realidad,
que cambia todo
el tiempo. Que la cambias todo el tiempo y que te la cambian todo el tiempo.
Las fichas se
mueven. y hay que pensar la próxima jugada.
A veces se pone
tan bueno que aunque sepas que la partida debe terminar,
haces lo posible
para que dure aunque sea un segundo más.
Y ahí es cuando
todo tambalea.
Los aliados sólo
quieren lo que prometiste. Y después que mueras.
Ay, estos
traidores.
Pactos, firmados con
tinta, con sangre, con saliva, con lágrimas.
Si señores.
Estamos solos.
Hay que lograr
afilar la mirada y coordinar el corazón y la mente.
No importa lo que
digan, las palabras mienten. Los actos no. Yo estoy mintiendo en este momento.
Todo el tiempo estoy mintiendo.
El trabajo de
toda una vida, años de practicar y practicar.
Las consecuencias
las enfrentamos solos, las decisiones.
Y cuando las
consecuencias se vienen encima, hay que patear el tablero.
Si ya está
perdido, hay que sacarse todo y salir a la cancha.
Cortarte un brazo
o dejar que la infección se propague.
Exagerado, si.
Pero bastante claro también.
Cuando sentís lo
inevitable algo te mueve, te fuerza a elevarlo hasta lo
más alto que te
permitas, como si eso quedara grabado a fuego dentro de uno. Y empujas. Y
empujas.
Aquellas palabras
que no pensabas decir, pero se escaparon solas.
Y se sintió bien.
Tan bien como explotar.
Patear el tablero
es decirle a la seguridad que se vaya a cagar.
Darle la
bienvenida a la realidad.
Abrazar la
sensación de dejarse y ya.
No puede ponerse
peor a no ser libre.
La sonrisa sale
sola.
Se siente bien.