lunes, 23 de mayo de 2016

En algún momento

En algún momento. Pero no ahora.
Ahora no es momento porque,
Este es otro momento
Quiero decir, ese es otro momento, y ahora estoy en otro, ¿entiendes?
Ahora este presente está plagado de cosas que necesitan ser atendidas, definidas, terminadas, y yo, sinceramente no quisiera extenderlas porque, en algún momento llegarán otras. Y está prohibido superponerse. Usted sabe, superponerse, sobre exigirse, apurarse para ir cerrando puertas, cerrando asuntos, antes de tener un pico de estrés y suspender todo.
No, superponerse no está en mis planes. Digo, en mis planes ideales. En mi plano ideal. En mi dimensión desconocida. No. Un peso que no debiera estar ahí, eso de superponerse. Mire si en ese momento se me superpone usted. Quizás me equilibre. Pero si yo soy yo y usted es usted, y somos dos cuerpos diferentes y el equilibrio es personal, como vamos a superponernos equilibradamente, por favor.
 
Aún así, ahora, es ahora, y no otro momento. Ya pasó. O está por venir.
Huy, me lo perdí.
Una vez alguien me dijo algo así como, en otro momento. Otra vez yo pensé, seguro en otro momento. Digo porque ese era mi momento pero no era así para el otro. Y cuando nos superpusimos ya no sirvió de nada. Para ninguno de los dos. Eso quiere decir igual que independientemente del momento en el que estuviésemos ambos la cosa estaba destinada a ser así. A no ser.
Me perdí el momento que nunca existió. ¡No me perdí nada en realidad!
Ahora estoy acá. 
Este es mi momento.  
Y es el mejor momento que puedo tener.
Este ahora. Todo el mundo tiene su ahora. Atendiendo esos momentos que estaban esperando porque no era el momento antes. Y que suerte que no lo era.

Por eso le digo, en algún momento. De todos los momentos que me faltan. 

viernes, 15 de abril de 2016

Lista de regalos para mi cumpleaños



Un milagro
Un inflador para la bici
Un abrazo que me haga llorar.
Un llamado de alguien que está lejos.
Una torta casera.
Un poema.
Muchas Flores (guiño guiño)
Un brindis a grito limpio.
Cachetadas, muchas cachetadas.
Ir a bailar con alguien que sepa bailar algo que sea bailable.
Un helado de alguna heladería nueva.
Una carta escrita de puño y letra.
Que me hagan sonrojar.
Mucha música todo el día.
Otra oportunidad.
Unos lentes de sol.
Un lindo quilombo.
Un libro con imágenes.
Una canción.
Bombones
Un silencio que no incomode.
Un cuadro o foto para colgar.
Mucha fe.
No mirar el celular.
Un paseo en montaña rusa.
Toda una tarde bajo del sol.
Una invitación a algún evento espectacular.
Un día de campo.
Alguna verdad pendiente.
Un video casero de feliz cumple.
Una caricia.
Un saludo inesperado.
Un ataque de honestidad brutal.
Una charla por las profundidades.
Un paraguas con onda.
Aplausos.
Una declaración de amor de cualquier tipo.
Una declaración de lo sientan deseos de declarar
Un pase libre al paintball
Una disculpa.
Un asadito.
Una ida y vuelta hasta atalaya.
Un partido de truco.
Un empujón.
Un besazo de esos de película
Un paseo en bici.
Que empiecen a separar los residuos.
Una taza particular.
Un sweater de esos que tienen pelitos.
Un José Cuervo.
Ganas de festejar.
Una razón.
Un café recién hecho.
Que me devuelvan lo que deje o me olvide o preste.
Guerra de almohadas.
Un paseo en lancha.
Un mate como la gente.
Un atardecer contemplando algún horizonte.
Día de spa casero.
Un relato de alguna anécdota graciosa de la cual forme parte
Algo artesanal de industria propia
Risas, sonrisas y carcajadas.
No mirar la hora.

Una esperanza.

martes, 5 de abril de 2016

Demasiado



Demasiado Lento. Demasiado rápido.

Demasiado gentil. Demasiado bruto.

Demasiado joven, demasiado viejo.

Demasiado incoherente, demasiado coherente

Demasiado aventurero, demasiado inseguro.

Demasiado cagón, demasiado buscapleitos

Demasiado distraído, demasiado obsesivo

Demasiado risueño, demasiado serio.

Demasiado aburrido, demasiado inquieto.

Demasiado ego, demasiada ausencia del mismo

Demasiado femenino, demasiado cavernícola.

Demasiado borracho, demasiado drogado

Demasiado mentiroso, demasiado honesto

Demasiado sexual, demasiado sentimental

Demasiado materialista, demasiado jipi

Demasiado gordo, demasiado flaco

Demasiado machista, demasiado feminista.

Demasiado vanidoso, demasiado descuidado

Demasiado llorón, demasiado insensible.

Demasiado sorprendente, demasiado predecible.

Demasiado misterioso, demasiado transparente.

Demasiado familiero, demasiado solitario.

Demasiado derrochador, demasiado rata.

Demasiado cariñoso, demasiado áspero.

Demasiado insistente, demasiado desinteresado.

Demasiado social, demasiado ermitaño.

Demasiado vulgar, demasiado señorial.

Demasiado fácil, demasiado difícil.

Demasiado bufón, demasiado emo.

Demasiado violento, demasiado gentil.

Demasiado idiota, demasiado inteligente.

Demasiada cocina, demasiado delivery.

Demasiado auto, demasiado bondi.

Demasiado raro, demasiado común.

Demasiado escultural, demasiado fofo.

Demasiado repelente, demasiado atrayente.

Demasiado enfermo, demasiado sano.

Demasiado nada, demasiado todo.

lunes, 4 de abril de 2016

Vuelta

Apenas aterrizó tuve ganas de llorar. ¿Era por tener que enfrentarme nuevamente a la vida que no quiero, o a la vida que si o si debo cambiar para no morir triste y frustrada? Minutos después del despegue me había tomado unos minutos para admirar el paisaje antes de dormir un poco luego del somnífero de la lectura. Tanta inmensidad de colores amigables, poco gris, era todo azul cielo, azul lagos, marrón piedras, el verde de los árboles y todo formaba una composición armónica a mi parecer. Naturalmente armónica. Todo fue achicándose rápidamente, y yo me despedí, en mi mente, sin saber cuándo voy a volver.
Todos los viajes son diferentes, y los realizo por motivos diferentes, y con necesidades diferentes cada vez. Siempre hay algo en la sensación de pérdida que a uno lo moviliza en querer buscar un nuevo camino, o simplemente para hacer una limpieza de lo que no nos sirve. Y dejarlo por ahí, en algún sendero de alguna de las montañas que recorrí. En algún atardecer lejos de todo, en alguna persona nueva que conocí que me brindó algo nuevo, en alguna charla que llega a profundidades que hacen que uno se enriquezca, que suba con más consciencia de sí mismo, y de la gente que lo rodea. Que te cuente su historia, con las cosas buenas y malas. Tengo muchos recuerdos fuertes de charlas con personas conocidas y desconocidas donde lloramos juntos, porque algo nos unía. El dolor. El amor. La alegría. Nos tomamos de la mano con las palabras, nos alentamos, nos abrazamos, nos miramos, nos sonreímos. Todo eso puede pasar solamente con una charla, sin querer, te lleva. Eso es lo más lindo. Inevitablemente, sin querer. Pasó.
Me quedé con ganas de seguir recorriendo, tenía ganas de sacar un pasaje hasta Ushuaia a ver qué pasaba, con que me encontraba. Dejo de darme miedo. Los que estamos solos compartimos algo que otros quizás no lo tengan. El desapego, el desinterés. El hecho de simplemente hablar porque estás ahí al lado mío y que va, tenemos tiempo de sobra. No estamos apurados, y si llegamos vamos juntos y después se verá. Uno aprende que en el camino se encuentra con muchas intersecciones, una red enorme de encuentros casuales que se cruzan por aquí y por allá. Lleva tiempo llegar a ese estado de desapego. Quizás no sea esa la palabra, porque la leo y suena como algo negativo, algo que no suma. Puedo decir libremente desapegados tal vez, eso suena un poco mejor. Pienso en alguien que me arranca una sonrisa, porque lo entiendo y porque al mismo tiempo no. Porque me identifica y me resalta, pero de ahí en adelante debo hacerlo por mi cuenta. Creo que todos tenemos a alguien así, que nos envuelve en una soga y después desaparece tirando con todo de esa soga y uno queda solo ahí haciendo un rombo. Como cuando éramos chiquitos, y todo giraba y nos reíamos a carcajadas. Bueno, así se va a sentir toda la vida. Pero todos sabemos lo que le paso a Bonnie y a Clyde.     
Me dormí como pude en el viaje, cabeceando hacia atrás, hacia adelante. A mi lado una pareja charlando lo de siempre: cuando lleguemos comemos una pizza, no, comemos fideos, estoy cansada, no cocino, que lindo ese lugar, tenemos que ir, beso va beso viene, estruendosos sopaposos interminables, tomados de las manos, uno arriba del otro prácticamente. Hay miles de parejas, pero las insoportables siempre parece que están cerca de mí. Habrán tenido unas vacaciones maravillosas y volvieron renovados hasta que la rutina los mate de nuevo. O no. Qué me importa. Solo quiero dejar de escuchar ese ruido que no para y no para. Chuik. Chuik. Chuik. Uno tras otro. Podrían dormirse. Como yo. Porque sería raro si empezara a besarme a mí misma. Haciendo esos ruidos estruendosos. Levanto la mano, chuik chhhhuik, el brazo, chhhuik chuik chuik, así cortito y molesto y laaaaaaaargo como una sopapa. ¿Me mirarían raro? ¿Les resultaría molesto, o incómodo? De seguro parecería una loca, pero ¿por qué? La gente se mima comprándose cosas, cocinando, ¿por qué no auto besarse? En fin, todo por hacer un poco de ruido, de competencia. Yo me tengo a mi misma, che. En el viaje de ida también me había tocado una pareja, en iguales condiciones. El chico no paraba de moverse. Denso. O sea, podría haberme tocado dos hombres, o dos mujeres, o una mujer con un nene, o dos ancianos, o dos personas desconocidas entre sí. ¿Se entiende? Con todas las posibilidades me cruzo dos veces con lo mismo.
Llegando a buenos aires ya no puedo volver a dormir, y solo mirando por la ventana a esa altura puedo darme cuenta de la polución que nos rodea todos los días de la cual nosotros ni nos percatamos. No son nubes, no es niebla. Es muerte. Muerte que vive entre nosotros, que se entra por nuestras fosas nasales todo el tiempo, por nuestros poros, por nuestra piel, nuestros pulmones. Ver eso desde arriba me arrugó el corazón, entendiendo que no hay escapatoria. Estaba aterrizando en MORDOR. No era la cuestión volver. Era volver a ESO. Después de disfrutar la naturaleza, el olor de los pinos, el viento en la cara, la tierra en el pelo, el sudor entre mi espalda y la mochila. Escuchar los pájaros, contemplar la vista y no tener un puto vecino frente a mis ojos, ningún edificio que me corte el paisaje, que me lo ampute horriblemente, volver a sufrir la realidad nuevamente.
Ayer domingo, jugaba Boca. Todos van a la cancha. Nadie me va a venir a buscar. Ok. Vamos a salir del sector de equipaje con la frente alta y cuando se abra la puerta y aparezcan todos esos rostros ansiosos buscando a alguien que no soy yo seguiré de largo como si nada. Es algo estúpido sentirse así, pero es una realidad estúpida del mundo estúpido en el que vivimos. Lo acepto y me cuesta menos atravesar el tumulto de gente expectante. Salgo al calor abrasante de la capital federal, siento la humedad atravesarme por todos lados, siento que me hincho lentamente, como las puertas. Buenos Aires es así. Los taxis me dan miedo. Pagar los casi doscientos pesos que sale el viaje desde Aeroparque hasta mi casa no es el tema. Bueno, un poco sí. Poquito. Tomo el Air Bus, que me deja en Corrientes, en el obelisco. En la plaza hay unos manifestantes con un proyector reclamando por las gallinas. Por el video muestran la hermosa cadena de producción avícola. Horrible. No quería verlo. ¿De qué me serviría saber? Aún así sentí que debía verlo, y lo miré. Y no podía creerlo. Era como estar en el tren fantasma. Me encanta el pollo al horno con papas, pero hoy en día comer pollo es lo mismo que comer nada, porque no tiene sabor, porque no es natural. NATURAL. ¿A nadie le importa que lo que elige todos los días en el supermercado es lo mismo que nada? ¿Que nos alimentamos de mentiras? ¿Que en realidad es todo una fachada? ¿Que a largo plazo van a tener problemas de salud de todo tipo? ¿Que comer comida procesada es lo peor que se puede comer? ¿Que hay que hacerle la guerra a esa gente que se caga en los pelotudos como nosotros? ¿Que no hay mucha diferencia entre lo que vi en ese video y la vida diaria de los seres humanos en general? ¿Nos da paja vivir dignamente? Qué se yo. Tantas preguntas sin respuestas, serían todos insultos. El cerebro es muy engañoso cuando se complota con el estómago y tenes plata en la billetera. Salir de ese círculo parece imposible. También me parecía imposible empezar a separar los residuos en casa, y sin embargo fue sólo cuestión de empezar. Pero es sólo la punta del iceberg. Y cuando uno ve la cantidad de gente que hay en una ciudad, desde el aire, desde un avión, pensar en intentar cambiar algo de todo eso parece sólo un sueño. Miles de millones de accionares en distintas direcciones. Y el sueño es que todos tiremos para el mismo lado.
Me quedo esperando en 9 de Julio, a la altura del teatro Colón, un taxi. Paro uno de esos tipo Kangoo, y por suerte el conductor no tiene aspecto de asesino ni violador serial. Es sólo un viejito. Por eso sonrío felizmente, porque sé que voy a llegar a mi casa. Viva. Intento entrar con la mochila puesta, siendo una Kangoo supuse que podría arrojarme dentro del auto así sin más, pero me trabo. Sigo sonriendo como una idiota, ahora intentando entrar de costado, pero tampoco paso. El viejito me sigue mirando, algo se ríe pero no mucho. Termino por sacarme la bendita mochila y la tiro como puedo adentro del taxi y me subo. Estas situaciones en otro momento me hubiesen ofuscado, pero con los años aprendí que el resto del universo es igual de pelotudo que yo, de torpe de ansioso y acelerado y está bien trabarme con la puerta y me río de eso porque es lo mejor que puedo hacer. Está bien no acordarme los nombres de las calles, pisar una baldosa floja cuando llueve, no hacer cuentas mentales a la velocidad de la luz, bajarme mal en el subte tres veces seguidas, no tener todas las putas respuestas. No saber cómo jugar este juego, y perder. En el mundo real siempre pierdo. En mi mundo me chupa un huevo. Le indico cómo llegar y sin mucho más preámbulo arranca. Claramente es de los viejitos que no suelen hablar. Se escucha un partido de fútbol de fondo pero no sé quién está jugando. Le pregunto si ya terminó Boca y cómo salió. Si terminó y boca perdió. Eso les pasa por no venir a buscarme. Por dejarme abandonada a mi buena suerte. Llegando a mi querido Barracas, veo que lo peor todavía no pasó y que la avenida está atestada de autos por doquier, todos con cara larga. En realidad cuando ganan no hay mucha diferencia. En la esquina de mi casa el tráfico se para y decido bajarme. Estoy ansiosa por llegar. El viejito no le hace mucha gracia, prácticamente ninguna, pero no es mi problema, por suerte, y me desentiendo totalmente de él. En otro momento de mi vida era más pelotuda y por ahí esperaba a que me deje en la puerta solo para que no se moleste. Finalmente entendí que no le estoy haciendo un favor al viejito, porque le voy a pagar, y la prestación del servicio se acaba cuando yo lo digo. Le pago y me bajo. El calor me está matando. Pasé estar con buzo y campera a querer ponerme en bolas ahí o por lo menos sacarme las zapatillas que me están matando. Llego a casa, tiro todo como puedo. El gato maúlla feliz de verme llegar, se tira panza arriba gritando desaforado. No puedo evitar sentirme culpable. Ni siquiera tiene un juguete para entretenerse. Pero nunca le dio mucha bola a lo que le compré. Solamente podría funcionar armar algo para que se trepe y se cuelgue y pendule y esas cosas. Un presupuesto. Y todavía no arreglé el calefón. Y todavía no arreglé la luz del living. Y todavía no nada. Me falta mucho para llegar a ese punto. Abro la mochila y empiezo a sacar todo como si fuera un baúl con mercadería de oferta. Me encanta el quilombo.  Tiro todo por el aire sin pensar dónde cómo, si separo esto, lo otro, donde lo pongo. Eso viene después. Primero el quilombo, el descargo, la ira, el dejarse ser. Y recién después de eso viene lo mejor, que es poner todo en orden en algún momento. Y ahí se renueva y se airea todo un poco. Es como calibrar la brújula una y otra vez para no irse a la mierda del todo. Así funciona la cosa. Saco todo, todo. Me saco toda la ropa que tengo puesta. Los dedos de mis pies respiran. Esto lo lavo, esto no. Voy y vengo, voy y vengo, saco junto guardo. Transpiro. El gato me sigue de una punta a la otra. Enciendo el lavarropas. Abro la heladera. Guardo los chocolates. Me paro desnuda frente al espejo del baño. Y me miro. Miro mi cuerpo, a ver qué dice. Puede decir tantas cosas. Pero no dice nada. Está como apagado, como escondido, como la nada misma. Tantos excesos rindieron sus frutos. Voy a tener que esperarme para recuperar la armonía. Más allá de mi grosor, mi piel tiene 10 tonos diferentes diseminados por todas partes. Mi pecho tiene manchitas, puntitos. Mi cara está cansada, tiene sueño, mis ojeras siguen ahí, fijas las muy malditas. Me siento lo menos sexy del mundo. No hay ningún misterio. No tengo ganas de besarme en estos momentos. Nada de chuik chuik.  Abro la ducha, sale el chorro de agua fría. Un placer, pero si no paro de moverme la temperatura corporal no me va a bajar. Nunca pude quedarme quieta. Así somos los de Aries, con ascendente en Tauro y luna en Cáncer. El resto no sé. Me pongo el vestido que uso siempre, unas sandalias altas, agarro el celular y salgo para la pizzería donde me espera mi papá. Ya escandalizado porque tardo tanto. No hago comentarios. Me siento y decido comenzar la dieta ahí mismo. Ensalada y fruta por un mes mínimo. Nada de harinas, nada de cerveza. Sobretodo cerveza. Me preocupa no cumplir. La ensalada de pollo (¡¡¡de pollo!!! ¡¡¡No aprendí nada!!!) que pedí llevaba panceta. Pero la pedí igual. No la tenían. Visiblemente desilusionada, cambio el menú por una ensalada de tomate, zanahoria, huevo y cebolla. No está mal para empezar. Igual me comí dos cuadraditos de pizza. Mañana arranco en serio a ingerir alimento en forma selectiva. Hablo un poco sobre el viaje, sobre la montaña, sobre cómo me hubiese gustado verlo a mi papá tirado en el piso del refugio con gente que no conoce al lado roncándole en el oído. No creo que lo vuelva a ver en una travesía como esas. Ya no. Me entristece un poco entender que ya hay cosas que no puedo hacer con él. Siento que siempre eso de alguna manera nos unió, disfrutar de los placeres de las travesías. De la aventura. Ahora todo es hotel 5 estrellas y autos y comodidad y nada más. Es el tiempo que no se detiene. Quizás alguna vez volvamos a hacer algo similar. Ahora me enojo porque se confunde como siempre que me habla y me llama por un nombre que no es el mío y me da ganas de tirar todo por el aire, romper los vasos contra el piso y gritar mi nombre y-la-puta-madre-que-lo-parió-a-ver-si-te-queda-claro-como-me-llamo. Otra vez  Aires, si, es inevitable. Si no exploto yo no vivo. Vivir y no explotar es como estar muerto. Dame una excusa, una solita. Pero una buena. No tiene que ser una explosión violenta, pero si intensa. Bueno. Alguien más que habla y no me escucha, que mira pero no me ve. Es lo mismo hablar conmigo que hablar con el diariero. Con el taxista. Con cualquiera. Sé que es solo una apreciación mía, una necesidad mía en realidad. Pero esa es la imagen que doy tal vez. Alguien que no dice nada. Soy la nena que todavía sigue paveando. Paveando porque no me gane un premio nobel, paveando porque no soy nadie más que quien soy. Y eso a la gente nunca le alcanza porque siempre espera algo que en realidad es un espejo de lo que esperan de ellos mismos. Y yo no tengo nada que ver con eso, no es mi problema. A la gente no le gustan las respuestas simples, siempre buscan algo más, insatisfechos de la realidad aburrida. Los años dan visión, seguridad y aceptación. Pero como nada es gratis, a cambio te quitan tiempo. Para mi padre sigo siendo esa que sigue paveando, esa que ya le está llegando la fecha de vencimiento para darle un nieto. Yo quisiera cuatro, así todo es un quilombo. Ya dije que me encanta el quilombo. Pero debería haber arrancado a los 25 para eso. La vida pasa. Ahora no tengo ganas. Puedo tener quilombo con cuatro sobrinos también. Ya calibré la brújula para otro lado. Termino la ensalada y opto por irme a casa a buscar a Paris. Ya no tengo nada que hacer acá. Llego a la puerta y ya la veo rasqueteando el vidrio desesperada. Pobrecita. La abro y salen los dos recibiéndome contentos. Sonny siempre manteniendo esa postura tan imponente, es un rotweiler perfecto. Y Paris bueno, es paris, y solo paris. Al lado de Sonny parece una perrita de juguete. Decido sacarlos a los dos, como para pagar un poco la deuda que tengo por haberla dejado al cuidado de la familia. Uno que pasa en bici me grita hermosa, y yo sonrío. Me siento tan poco atractiva que no puedo más que bien recibir ese piropo, aunque sea de noche y esté todo oscuro y el flaco la tiró por deporte. Llevar a dos perros de diferentes alturas y diferentes velocidades y necesidades es complicado. Sólo un paseo de una cuadra como para que no les explote la vejiga, el resto del recorrido lo completará mi hermano, estimo. Paris no hace casi nada, como para variar. Se la paso meando en la cocina de la casa mientras no estuve, menos mal que al ser familia tienen que aguantar lo que venga. Incluida mi mascota y sus metidas de pata. Finalmente llego a mi casa a la una menos cuarto de la mañana. Termino de ordenar y guardar todo lo que había quedado diseminado por el living en sus lugares correspondientes. Guardo la carpa, el aislante, y dejo la mochila con la bolsa de dormir dentro para terminar mañana. Hay bolas de pelos por todos lados. Polvo. La cocina está sucia. El zapallo de la heladera podrido. Es como volver al punto de partida nuevamente, poniendo todo el orden, teniendo que limpiar. Iba a poner que nadie me espera pero eso no es verdad. El gato me espero con ansias. La perra también. Somos una pequeña familia pero ellos dependen de mí y no al revés. Y yo dependo de mi misma, para estar fuerte, para estar sana, para cuidarme, para ocuparme. Hoy me encuentro acá, me digo. Punto. Vuelvo a la ducha, pero esta vez me lavo el pelo y me paso la esponja, el baño anterior había sido medio exprés para sacarme el calor del viaje. Ahora si me bajo la temperatura. Pienso en que voy a almorzar mañana en la oficina, masomenos organizo mentalmente los pasos a seguir cuando me levante. Un tema menos. Ahora sí, este es el momento que estaba esperando: mi cama y yo. Yo y mi cama. Después de dormir en el piso, con frío, y en colchones que parecían llenos de aire en los cuales me hundía cual submarino en el agua. Mi espalda pedía a gritos mi colchón. Qué momento de placer. Una ducha, Una cama. Estar fuera de las comodidades que todos damos por sentado todos los días te hace darte cuenta de cuánto vale aquello que pareciera en el día a día no tener valor. Quisiera abrazarla pero no me dan el largo de los brazos. Gracias. Gracias a mí por comprar el colchón. Por lavar las sábanas. Por comprar las almohadas. Por pensar en mí. Por el silencio del cuarto oscuro interrumpido por la leve luz del pasillo. Es mi hogar. Por ahora.




viernes, 22 de enero de 2016

Naturalmente

No me molesta mirar para arriba
y ver toda esa maraña de cables y transformadores
mientras viajo en colectivo o espero el semáforo.
Si me molesta caminar y esquivar montañas de basura por ejemplo.
Venir caminando cantando alguna canción quizás.
Añadiendo un poco de color a la ciudad y paf
viene una baranda que te voltea, literalmente.
Hace que la expresión de tu cara se vuelva fea, que todos tus músculos se contraigan y tu rostro se arrugue como queriendo cerrarse automáticamente para protegerse.
Te llevas los dedos a la nariz caminando rápido temiendo abrir la boca porque claro, es como una nube de gérmenes y cosas podridas que estarías tragando aunque no las veas, sabes que están ahí. Yo en estos casos me llevo algún trapo alguna remera , bufanda, mano, lo que sea, que oficie de filtro mental para alivianar un poco la sensación de tragar podredumbre, de tragar muerte.
Y ya pasó, caminaste un par de cuadras, pero no podes cambiar esa expresión de tu cara, es tan antinatural lo que te acaba de pasar que el cuerpo no puede parar de intentar vomitar el mal momento, todas las imágenes que traen accionando esa memoria olfativa que funciona instintivamente. ¿En que pensaste?
Bueno, lo primero es ratas, después cucarachas, luego gusanos, algún gato muerto tal vez, comida podrida, o no tan podrida, viscosidad, una nube invisible de color gris, llega de moscas que se posan ahí y luego intentan posarse en vos, que no tenes nada que ver.
¿O sí? O eso se formó solo "naturalmente"
¿No formamos parte del paisaje acaso?
Lo importante es salir de allí lo mas rápido que se pueda, huir, del horror, de la muerte, de lo que nadie quiere ver.
Otros dicen "esto no está bien" y deciden hacer algo para que ese olor no vuelva a cruzarse por nuestro camino. Porque ese es el objetivo.Hacia ahí vamos.
Abrimos otro sendero, lindo, fresco. Con aroma a vida.
Y el mundo empieza a cambiar.